
Jean Renoir
Por: Charlotte Garson.
Hay una especie de evidencia en la manera en como hace cine Jean Renoir.
Como si siempre hubiera compartido ese misterio primero de un arte que registra la vida misma, su movimiento y sus ruidos, aportando un inestimable valor añadido.
Como si la precisión natural de su puesta en escena le permitiese burlarse de todos los artificios del septimo arte, incluídos los más enormes.
«El Patrón», así lo apodaron los cineastas de la Nouvelle Vague. En él reconocieron el cine francés que ellos tenían ganas de continuar, en oposición al otro, académico, de la «calidad francesa».
Esta plenitud viene en parte, sin duda, de la influencia de la aguda sensibilidad hacia la luz y los colores de su padre, Pierre Auguste.
Una excepcional variedad de registros constituye su filmografía, desde la experimentación en todas direcciones de los años veinte (Nana, La Cerillerita), el entusiasmo por el frente popular en los años treinta (La Vie est à nous, La Marsellesa), la partida a Estados Unidos en los años cuarenta (The Southerner, The woman onb the beach), hasta la conmoción de la India (El río) antes de su retorno a Europa (Le carrosse d’or , French Can-Can).
Michael Simon será para siempre el inolvidable Boudou, y Jean Gabin, ferroviario apresado en las redes de su violento deseo amoroso, el Lantier de La bête humaine.
Jacques Prèvert firma uno de sus mejores guiones con Le crime de monsieur lange.
La gran ilusión y La regla del juego son las dos películas que más sutilmente ponen al descubierto la sociedad francesa con sus rigideces y debilidades a las puertas de la segunda guerra mundial.
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