
Bertrand Tavernier
Tras abandonar sus estudios de derecho para dedicarse a la crítica cinematografica, Tavernier se convierte en jefe de prensa de Georges de Beauregard.
Éste le ofrece la posibilidad de colaborar en dos películas de sketchs, Les baisers (1964) y La chance et l’amour (1964), en donde intenta imitar el tono y la factura del cine americano.
Jefe de prensa independiente hasta 1972, realiza una ardua labor para dar a conocer a numerosos realizadores, y redacta, junto con Jean-Pierre Coursodon, el famoso Trente ans de cinéma americain (convertido en Cinquente ans de cinéma americain).
Su primer largometraje una adaptación de Simenon, El relojero de San Paul (1974), atestigua la importancia concedida a los lugares donde se sitúa la acción (Lyon y su periferia) y la gran sutileza en la descripción de las relaciones entre los personajes.
Que empiece la fiesta (1974) es una obra densa y ambiciosa, una de las reflexiones más apasionantes sobre la historia y las fuerzas que la recorren.
El juez y el asesino (1975) parte de un caso clínico de locura criminal del siglo XIX para explotar la fascinación recíproca de unos personajes que todo separa y la infranqueabilidad de las barreras sociales.
Los inquilinos (1977), situado en la Francia contemporánea, trata de renovar esta temática reconciliando las estructuras comerciales y el cine de intervención social.
Tras La muerte en directo (1979), una apasionante reflexión sobre el cine y el voyeurismo que utiliza de forma admirable el decorado natural de Glasgow, regresa a Lyon para Une semaine de vacances (1980) antes de trasladarse a África con Isabelle Huppert y Philippe Noiret para Coup de torchon (1981), donde alude con afecto al cine Francés de los los años 30.
En Un domingo de campo (1984), el clima psicológico y la fuerza de las miradas desempeñan un papel esencial.
Inspirandose en las vidas de Bud Powell y de Lester Young, realiza en 1986 Alrededor de medianoche, una película crepuscular sobre la amistad de un viejo jazzman cansado y un joven francés.
La passion Béatrice (1987), no se comprende por parte del público y es un fracaso.
Tavernier recupera la inspiración firmando La vida y nada más (1989), un alegato contra el absurdo de la guerra.
Tras un documental sobre su vida natal (Lyon, le regard intérieur, 1988), reúne a Dirk Bogarde y a Jane Birkin en una tierna película (Daddy nostalgie, 1989), que narra las relaciones íntimas de una familia que intenta exorcizar el fantasma de la muerte cercana del padre.
Ecléctico, pero siempre lúcido y apasionado, Tavernier vuelve al documental, al ámbito de la ficción.
Aborda un fresco novelesco, para continuar con películas en pasado, Capitaine Conan (1996), Salvoconducto (2002), y películas contemporáneas tales como: La carnaza (1994), Hoy empieza todo (1999) y La pequeña Lola (2004).
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