
Ettore Scola. La comedia nostálgica de la historia.
Director y guionista italiano. Nació en Trevico (Avellino) el 10 de mayo de 1931 y desde muy joven colaboró con el periódico humorístico «Marc’Aurelio», incluso mientras todavía cursaba sus estudios en la facultad de Derecho en la Universidad de Roma.
Desde mediados de los años 50 empezó a escribir guiones, a menudo junto con Ruggero Maccari: en la década siguiente fue coautor de los guiones de «La escapada (Il sorpasso)» (1962) y «Monstruos de hoy (I mostri)» (1963) di Dino Risi, además de la magnífica película «Yo la conocía bien (Io la conoscevo bene)» (1965) de Antonio Pietra dengeli.
Debutó en la dirección con la película a episodios «Se permettete parliamo di donne» (1964), concebida – así como su segunda obra «La congiuntura» (1964) – para que se luciera Vittorio Gassman.
En los años siguientes firmó cintas de gran éxito como «Riusciranno i nostri eroi a ritrovare l’amico misteriosamente scomparso in Africa?» (1968), «El demonio de los celos (Dramma della gelosia: tutti i particolari in cronaca)» (1969), «El comisario y la dolce vita (Il commissario Pepe)» (1969), «Permette? Rocco Papaleo» (1971), trabajando con todos los mejores actores italianos, de Sordi a Manfredi, de Tognazzi a Mastroianni.
Tras la atípica «Trevico-Torino: viaggio nel Fiat-Nam» (1973), un logrado ejemplo de documental de ficción con ambiciones militantes, volvió a la comedia con «Una mujer y tres hombres (C’eravamo tanto amati)» (1974), un recorrido conmovedor por treinta años de la historia de Italia a través de las vicisitudes de tres amigos.
«Brutos, sucios y malos (Brutti, sporchi e cattivi)» (1976) es un duro retrato del ambiente lumpen- proletario de sabor swiftiano,
Mientras que «Una jornada particular (Una giornata particolare)» (1977) relata el encuentro de dos soledades, en el día de la parada militar por la visita de Hitler a Roma (6 de mayo de 1938).
La década se cerró con «La terraza (La terrazza)» (1980), un retrato colectivo de la vida nocturna y mundana de un grupo de intelectuales romanos.
Entre las películas que realizó después, hay que recordar «Passione d’amore» (1981), una poderosa adaptación de «Fosca» de Tarchetti; «La noche de Varennes (Il mondo nuovo)» (1982), sobre el final del reino de Luis XVI; «Ballando, ballando» (1983), una adaptación del espectáculo homónimo del Théatre du Campagnol.
Learn MoreLa historia coral «La familia (La famiglia)» (1986) cerró el mejor período del cineasta, que en los últimos quince años raramente logró volver a encontrar su inspiración de antaño.

Claude Chabrol
Agregado de prensa, Claude Chabrol se convierte a mediados de los años 1950 en crítico de la revista Cahiers du Cinèma.
Entabla relación con el novelista Paul Gégauff -que se convertirá en su fiel guionista- y conoce a la actriz Stèphane Audran, con quién se casará y a quién dirigirá en numerosas ocasiones.
En 1958, abriendo camino para otros colaboradores de Cahiers, Chabrol realiza su primera película, El bello Sergio, que se convierte en el manifiesto de la Nouvelle Vague.
Ganador del Oso de Berlín en 1959 con Los primos, el cineasta cosecha el éxito con sus películas posteriores,
Una doble vida (1959), en la que dirige a Jean-Paul Belmondo, Les bonnes femmes (1960), Landru (1962, Charles Denner) o El Tigre (1964).
A finales de los años 60, su colaboración con el productor André Génovès le permite volver a obras más intimistas (La mujer infiel 1968) Accidente sin huella (1969), El carnicero (1970). En estas películas, el cineasta realiza una sátira de la burguesía de provincias.
Crímenes y adulterios ocupan un lugar privilegiado en estas historias, en la que cada uno de los personajes se empeña en salvar hipócritamente las apariencias.
Con Doctor Casanova (1972), Chabrol obtiene uno de sus mayores éxitos de público.
Tras una breve incursión en el thriller político (Nada, 1974) y en lo fantástico (Alicia o la última fuga, 1977), vuelve a encontrar en las novelas policíacas y en la crónica de sucesos sus fuentes de inspiración.
En la década de 1989, el realizador dirige una serie de cine policíaco y firma de este modo, con la participación de grandes actores, una interesante galería de retratos.
Michel Serrault como asesino loco en Los fantasmas de Chapelier (1982).
Jean Poiret como inspector gourmet en Pollo al vinagre (1985).
Inspector Lavardin, o también Philippe Noiret como presentador televisivo cínico en Masques (1987).
Sin embargo, son personajes femeninos interpretados por actrices de talento los que permiten al cine de Chabrol cobrar un nuevo impulso en los años 1990.
Marie Trintignant interpreta a la fantástica Betty (basada en Simenon, 1992) e Isabelle Huppert se convierte para el cineasta en una actriz insustituible.
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Stanley Kubrick
Artista destacado del siglo XX, Stanley Kubrick tuvo una mirada sumamente aguda sobre su tiempo.
Neoyorquino del Bronx, fue primero fotógrafo en la revista Look antes de realizar su primer documental sobre el boxeo.
Su adaptación de Lolita le impulsa a lo más alto de la taquilla. Tras decidir irse a vivir cerca de Londres, encadena las obras maestras que consagran su carrera internacional.
Renueva los géneros con un poder de invención formal fuera de lo común: Thriller, comedia, ciencia-ficción, horror…
Trata los grandes temas que dieron forma al mundo contemporáneo: La I Guerra Mundial (Senderos de gloria), la guerra fría (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú), Vietnam (La chaqueta metálica), la conquista del espacio (2001, Una odisea del espacio), la violencia (La naranja mecánica, El resplandor).
Learn MoreSu última película, Eyes wide shut, culmina el retrato legendario de un demiurgo perfeccionista, dejando un halo de misterio sobre sus pasos que fascina a las nuevas generaciones que lo descubren.

Bertrand Tavernier
Tras abandonar sus estudios de derecho para dedicarse a la crítica cinematografica, Tavernier se convierte en jefe de prensa de Georges de Beauregard.
Éste le ofrece la posibilidad de colaborar en dos películas de sketchs, Les baisers (1964) y La chance et l’amour (1964), en donde intenta imitar el tono y la factura del cine americano.
Jefe de prensa independiente hasta 1972, realiza una ardua labor para dar a conocer a numerosos realizadores, y redacta, junto con Jean-Pierre Coursodon, el famoso Trente ans de cinéma americain (convertido en Cinquente ans de cinéma americain).
Su primer largometraje una adaptación de Simenon, El relojero de San Paul (1974), atestigua la importancia concedida a los lugares donde se sitúa la acción (Lyon y su periferia) y la gran sutileza en la descripción de las relaciones entre los personajes.
Que empiece la fiesta (1974) es una obra densa y ambiciosa, una de las reflexiones más apasionantes sobre la historia y las fuerzas que la recorren.
El juez y el asesino (1975) parte de un caso clínico de locura criminal del siglo XIX para explotar la fascinación recíproca de unos personajes que todo separa y la infranqueabilidad de las barreras sociales.
Los inquilinos (1977), situado en la Francia contemporánea, trata de renovar esta temática reconciliando las estructuras comerciales y el cine de intervención social.
Tras La muerte en directo (1979), una apasionante reflexión sobre el cine y el voyeurismo que utiliza de forma admirable el decorado natural de Glasgow, regresa a Lyon para Une semaine de vacances (1980) antes de trasladarse a África con Isabelle Huppert y Philippe Noiret para Coup de torchon (1981), donde alude con afecto al cine Francés de los los años 30.
En Un domingo de campo (1984), el clima psicológico y la fuerza de las miradas desempeñan un papel esencial.
Inspirandose en las vidas de Bud Powell y de Lester Young, realiza en 1986 Alrededor de medianoche, una película crepuscular sobre la amistad de un viejo jazzman cansado y un joven francés.
La passion Béatrice (1987), no se comprende por parte del público y es un fracaso.
Tavernier recupera la inspiración firmando La vida y nada más (1989), un alegato contra el absurdo de la guerra.
Tras un documental sobre su vida natal (Lyon, le regard intérieur, 1988), reúne a Dirk Bogarde y a Jane Birkin en una tierna película (Daddy nostalgie, 1989), que narra las relaciones íntimas de una familia que intenta exorcizar el fantasma de la muerte cercana del padre.
Ecléctico, pero siempre lúcido y apasionado, Tavernier vuelve al documental, al ámbito de la ficción.
Learn MoreAborda un fresco novelesco, para continuar con películas en pasado, Capitaine Conan (1996), Salvoconducto (2002), y películas contemporáneas tales como: La carnaza (1994), Hoy empieza todo (1999) y La pequeña Lola (2004).

Akira Kurosawa
Akira Kurosawa realiza toda su carrera en el seno del poderoso sistema de los estudios de producción japoneses (Shochiku, Toho) como guionista pero, sobre todo, como director, alternando los géneros: cine de acción (La leyenda del gran Judo, Sanjuro), grandes frescos históricos espectaculares (Kagemusha, La sombra del guerrero, Ran), películas de cine negro (El perro rabioso) y dramas contemporáneos intimistas (Vivir) o adaptaciones de autores occidentales (Shakespeare, Gorki, Dostoievsky).
Cineasta colmado por el éxito entre el público y por el reconocimiento de la crítica internacional, Kurosawa ejerce, aún hoy, una influencia considerable, en el western por ejemplo, y el mismo Clint Eastwood confiesa que El Mercenario es una fuente de inspiración para él.
Su cine analiza el espacio que separa la cultura feudal tradicional, fundada sobre la negación del individuo, y el aprendizaje de la democracia en un mundo corrompido por el poder y el exceso de autoafirmación.
Learn MoreLas contradicciones del Japón moderno constituyen la riqueza de su obra. Conciliar el espíritu del Japón de los samuráis y el humanismo es la principal virtud de su cine, cuyo alcance es realmente universal.

Michelangelo Antonioni
Analista de la falta de comunicación y de la crisis de los sentimientos, Michelangelo Antonioni se graduó en economía por la Universidad de Bolonia, llegó a Roma en 1942 donde cursó estudios en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Cinecittà.
Conoció a algunos de los artistas con los que cooperó en los años siguientes; entre ellos Roberto Rossellini, «padre» de la escuela del Neorrealismo italiano.
Se describió como anti-fascista, así como «marxista intelectual», pero algunos autores dudan sobre su seguimiento a esta ideología.
En contraste con su contemporáneo Federico Fellini, cuyas primeras obras giran en torno a la vida de las clases obreras y los inadaptados sociales, las películas más representativas de Antonioni en su primera etapa se basaron en las élites y burguesías urbanas y en cómo se relacionaban con un entorno que apenas entienden: «Crónica de un amor» y «La dama sin camelias» (con Lucía Bosé, madre de Miguel Bosé) son sendas óperas prima donde el director traza una reflexión nada complaciente del mundo burgués con apariencias de simple melodrama.
«Las amigas» (1954), sobre un relato de Cesare Pavese y con destacable actuación de la menospreciada Eleonora Rossi Drago, empieza a conformar el estilo característico de su director, trasciende a una historia de por sí atractiva para experimentar con temáticas, expresivos estilos de narrar y encuadrar, estéticas con discursos de dobles lecturas, etc.
En una ocasión, nada más, este director trazó su visión de lo burgués a través del punto de vista del mundo obrero: en 1957 «El grito» (con Steve Cochran y Alida Valli) no sólo supone su primera obra maestra absoluta, sino también el antecedente directo a la incomunicación del ser humano que tanto obsesionó al director en su famosa trilogía.
Algunos críticos recomiendan este título para quien quiera ver una sola película de Antonioni que refleje con exactitud su personalidad y estilo.
La década de 1960 fue el momento del reconocimiento internacional del director y de su encuentro con Monica Vitti, tras el inicial fracaso-desprecio por «La aventura».
Tanto «La noche» como «El eclipse» fascinaron a toda Europa y cruzaron sus fronteras.
En 1964, llegó su primer film en color y, para muchos, el principio del fin de su «reinado» con «El desierto rojo». Una de sus obras más célebres es «Blow-Up, deseo de una mañana de verano», basada en un relato corto de Julio Cortázar; ambientada en el swinging London y basada en la peripecia de un fotógrafo que descubre un asesinato a través de sus fotografías.
Pese a su descomunal éxito, la carrera de Antonioni entró en una irregularidad artística y en una especie de bloqueo creativo del que no le fue fácil salir.
De la última y menos conocida etapa del realizador, destacan «El reportero» (El pasajero)en 1974, (con Jack Nicholson y Maria Schneider) y «Chung Kuo» (1972), revelador trabajo documental sobre la China del momento, bastante más que «El misterio Oberwald» o «Identificación de una mujer».
Desde la década de 1990 trabajó proyectos tan ambiciosos como fallidos: «Más allá de las nubes» (1996) y «Eros» (2006).
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Carlos Saura
Nacido entre artistas, Carlos Saura se interesa por la música, la pintura y la fotografía. En 1952, se matricula en el Instituto de Investigaciones y Estudios Cinematográficos, en donde se apasiona por la técnica y la teoría del cine.
Con su primera película, Los golfos (1961), intenta asentar las bases de un neorralismo a la española. En ella aborda, a través de la semblanza sociológica de los ambientes desfavorecidos de la capital, el problema de la delincuencia juvenil.
Tras, Llanto por un bandido (1963), incursión en el género de la picaresca, Saura, hasta la muerte de Franco, combate y desafía a las autoridades de su país. Trabaja con el lenguaje de la alegoría y el simbolismo.
En, La caza (1965), esboza las lineas maestras de su universo. A través de una partida de caza, situada en la España de los años 60, emerge el recuerdo de la guerra civil.
A partir de entonces, Saura desarrollará los temas de la memoria, de la frustración, de la infantilización de varias generaciones de españoles por una sociedad puritana y represiva. Los individuos que habitan sus ficciones pertenecen a la burguesía, vinculados con la categoría social privilegiada del régimen.
Saura intenta desvelar los mecanismos que rigen el inconsciente en Peppermint Frappé (1967), Stress es tres, tres (1968) y La madriguera (1969), que llevan a escena a parejas en situaciones de crisis existencial.
El juego, el disfraz, la mezcla entre realidad y mundo imaginario, conforman un cine poético que escrudiña con impertinencia la interioridad de los protagonistas.
El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1972), La prima Angélica (1973) son producciones articuladas en torno a la memoria y la familia.
Con Cría cuervos (1975), el cineasta recrea las relaciones del niño con el adulto, y las de éste frente a su propia imagen infantil.
El artista retoma y desarrola todos estos temas en Elisa vida mía (1977) sin duda su obra más completa.
A partir de Con los ojos vendados (1978), entrega las claves de su trabajo e insiste, mediante una teatralización expresa, sobre sus intenciones.
Mamá cumple cien años (1979) marca, aparentemente, el final de un ciclo. Pero el director sigue siendo prolífico, y a partir de entonces dirige treinta películas más.
La última, en 2020 El rey de todo el mundo, en post-producción.
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Pier Paolo Pasolini
Pier PaoloPasolini, fue un escritor, poeta y director de cine italiano. Empezó a escribir poemas a los siete años de edad y publicó por primera vez a los 19 mientras se encontraba estudiando en la Universidad de Bolonia.
Como director (se inició en 1961) ha creado una suerte de segundo Neorrealismo, explorando los aspectos de la vida cotidiana, en un tono cercano al de la Commedia dell’arte, centrando su mirada en los personajes marginales, la delincuencia y la pobreza que arrastra Italia desde la posguerra, y estableciendo un estilo narrativo y visual en el que priman el patetismo y la ironía sobre el humor grueso y a veces sórdido de sus historias.
Debuta en 1961 con una película en clave neorrealista pero que abarca mucho más y sorprende a la crítica: Accattone, en la que inicia su relación personal y profesional con uno de sus actores fetiche (Franco Citti), quien, junto a su hermano Sergio Citti, había sido alumno de Pasolini cuando era profesor.
Su segunda película, Mamma Roma (1962), es una obra ya plenamente neorrealista que se convierte casi desde su estreno en una de las cumbres del cine italiano de los 60, y que cuenta con una de las interpretaciones más aplaudidas de la memorable actriz Anna Magnani.
Con El Evangelio según San Mateo (1964), Pasolini rompe con su trayectoria anterior (recordemos que Pasolini era un reconocido ateo, y que en 1963 fue condenado a 4 meses de cárcel por sus posiciones anticlericales en el film Ro.Go.Pa.G.)
Aunque no traiciona sus obsesiones personales ni las constantes de su cine, al presentar el pasaje bíblico en una lectura marxista (consecuentemente con su ideología de izquierda), y lo irónico es que el propio Vaticano en el año 1999 declarará ésta como una de las mejores películas del siglo XX en su retrato de las escrituras y de la figura de Jesús.
Pajaritos y pajarracos (1966) es una de sus mejores obras (pese a las ya magníficas dos anteriores). Parábola política y humanística, inmortalizó al entrañable actor cómico Totó en una inolvidable creación, y es un film donde la música se hace protagonista de un modo único.
Edipo Rey (1967), fue la primera cinta con guión ajeno, la famosa obra teatral de Sófocles, llevada al cine ese mismo año en una versión inglesa de menor repercusión comercial que ésta, que contaba entre su reparto con la maravillosa Silvana Mangano y uno de los actores favoritos del director, Laurent Terzieff.
Teorema, estrenada en 1968, supone la consagración internacional de Pasolini, dotándole de un prestigio que incluso atrapó al público mayoritario. En ésta, sobresalen los trabajos de Terence Stamp y Laura Betti enmarcados ambos en una atmósfera sórdido-sensual que levantó algunas ampollas en su tiempo.
Pocilga (1969), fue una de sus obras más crudas y realistas, de enorme polémica en su momento, se la consideró degradante, provocadora y obscena, lo que no evitó bastante éxito en los cines europeos.
Medea (1970), con la diva Maria Callas entre el reparto, supone su segunda y mejor actualización-revisión-adaptación de una obra teatral de la Grecia clásica —esta vez de Eurípides—.
Los años 1970 se inician con la llamada Trilogía de la vida (integrada por El Decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972; y Las mil y una noches, 1974). Pasaron por los festivales de cine de Cannes, Berlín o Venecia con éxito crítico-comercial y definieron la deriva del último Pasolini hacia propuestas más libres y menos narcisistas (pese a que esta trilogía enseña prácticamente lo contrario de cara al espectador).
La carrera del cineasta se trunca cuando, en 1975, se estrena en los cines un film que convulsiona a toda la sociedad italiana y hace que el autor sea objeto de multitud de amenazas de muerte y presiones incluso políticas: Salò o los 120 días de Sodoma.
Pier Paolo adopta un tono autocrítico hacia algunos pasajes de su obra anterior y en la que adapta al Marqués de Sade con toda crudeza y con la mayor libertad con la que un creador se haya dotado a sí mismo nunca, desdibujando los límites convencionales y cinematográficos que encierran el erotismo, pornografía, expresión, sadismo, provocación y degradación humanas.
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Sergei Eisenstein
Por Stéphane Bouquet
Las dos experiencias esenciales en la formación de Eisenstein son la lectura de Sigmund Freud y su encuentro con Vsevolod Meyerhold.
Apasionado por el arte, participa en los movimientos de vanguardia, diseña decorados y realiza sus primeras puestas en escena teatrales en los años veinte.
Después de pasarse al cine, su ambición consistió en educar a las masas a través del cine y de construir la psicología colectiva del «hombre nuevo». El montaje se sitúa en el centro de su escritura cinematográfica.
La última secuencia de su primera película, La huelga, sobre la abortada revolución de 1905, monta en paralelo una masacre de ganado y la de los obreros por la policía.
Un año más tarde, le sigue El acorazado Potemkin, inmenso éxito internacional que sigue siendo hoy en día un clásico absoluto del septimo arte.
En 1929, viaja a Estados Unidos y rueda «Que viva México», historia de México desde el tiempo de los primeros dioses de piedra.
Su regreso a la URSS estaliniana de los años treinta es doloroso; sólo puede ejercer su arte bajo la presión del encargo y de la censura.
Sus dos últimas películas son alegorías inspiradas en la historia de Rusia: ante la amenaza hitleriana, «Alexander Nevski» narra la historia del príncipe Nevski contra los caballeros teutones en el siglo XIII. «Iván el terrible», donde el zar es una metáfora de Stalin, es un himno a la nación rusa ya en guerra, y ante todo su lider.
A Eisenstein parece haberle apasionado desde un principio, el arte, la literatura, el teatro, el dibujo, las ciencias, las matemáticas.
Un motivo recurrente en todo el cine de este gran maestro, desde su primera película hasta la última, lo proclama con claridad: un rostro grita, grita de alegría, de cólera, de dolor, de risa, qué más da.
Grita con la boca abierta, los dientes destrozados o no, la piel arrugada o no, pero con los ojos siempre brillantes: manifiesta el impulso vital que pone el cuerpo en movimiento, proyecta energía en la pantalla, se convierte en el símbolo de un impulso formidable por existir, por seguir existiendo.
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Francoise Truffaut
Truffaut es la encarnación del cine francés.
Con Los cuatrocientos golpes, su primera película, inspirada en su dolorosa infancia e interpretada por el joven Jean-Pierre Lèaud, gana un premio en el festival de Cannes y obtiene un éxito aplastante de público.
Estamos en 1959, cuando irrumpe el fenómeno Nouvelle Vague.
Antes de pasar a la acción, Françoise Truffaut, al igual que Jean-Luc Godard o Claude Chabrol, fue un gran cinéfilo, un entusiasta y brillante polemista en las páginas de Cahiers du Cinèma.
En contra de la «Qualitè Française» y, en el origen de la política de los autores, se reconoce en las figuras de dos maestros: Renoir y Hitchcock.
Ejemplo perfecto del «autor» en el que desea convertirse, conquista la independencia y elige libremente sus argumentos en torno a algunos temas obsesivos: las mujeres, los libros, la infancia, la muerte.
Muy pendiente de la reacción del público, respetuoso con los personajes que inventa y cómplice de los actores que les dan vida, crea unas películas de una sinceridad absoluta, en las que la vida, siempre preferida a la perfección técnica, palpita.
¿Quién no se ha identificado, en algún momento, con la saga de Antoine Doinel, enamorado transido de Besos Robados y torpe seductor de Domicilio Conyugal?
¿A quién no le ha turbado el trío de Jules y Jim encabezado por la deslumbrante Jeanne Moreau?
¿Quién ha olvidado a la pareja Deneuve-Depardieu de El último metro o la interpretación ígnea de Fanny Ardant en La mujer de al lado?
Learn MorePara Truffaut, el cine podía ser más importante que la vida, y esa pasión es la que siguen transmitiendo hoy sus películas.